Emmanuelle 2. La antivirgen by Emmanuelle Arsan

Emmanuelle 2. La antivirgen by Emmanuelle Arsan

autor:Emmanuelle Arsan [Arsan, Emmanuelle]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1978-01-01T00:00:00+00:00


8

Deus escreve direito por linhas tortas

He causado grandes calamidades, he despoblado provincias y reinos. Pero fue por el amor de Cristo y de su Santa Madre.

Isabel la Católica, reina de Castilla

Busquemos como buscan los que tienen que hallar y hallemos como hallan los que deben seguir buscando.

San Agustín

Marie-Anne surgió del paisaje una tarde azulada por el aliento de la tierra ahíta de lluvia. Emmanuelle estaba sentada en el umbral de la puerta, con la barbilla apoyada en una rodilla y la otra pierna extendida hacia delante, la mirada perdida entre las húmedas hojas de las plumerias, esperando a Anna Maria. Hacía una semana que no posaba para ella.

—¿Tú? —exclamó, precipitándose hacia su joven amiga—. ¿De dónde sales? ¿Qué haces aquí?

Tomó en sus manos las trenzas de oro pálido de Marie-Anne y, riendo de placer, frotó sus labios en las mejillas esmaltadas por el sol y el aire del mar. La recién llegada explicó:

—Cosas de papá. Necesitaba a mi madre para recibir a unos señores que vienen de París. Nos quedaremos toda la semana.

—¿Sólo una semana? —exclamó Emmanuelle, entristecida.

—¿Por qué no vas tú a vernos a la playa? —replicó Marie-Anne—. Ya te lo he dicho otras veces. ¡Y deja de tirarme del pelo! —dijo, debatiéndose—. Me haces daño.

Emmanuelle hizo un nudo con las trenzas y con ellas rodeó el cuello de su amiga, como si fuera a estrangularla. Luego le confesó:

—Te he echado de menos. ¡Qué guapa estás!

—¿Ya no te acordabas?

—Estás cada vez más guapa.

—Lógico.

Emmanuelle preguntó entonces:

—¿Y yo? ¿Sigo gustándote?

—Ya veremos. ¿Qué has hecho mientras yo no estaba vigilándote?

—Sólo barbaridades.

—Demuéstralo.

—Antes confiesa tú tus estupros. Esta vez tú hablas y yo escucho. Se han trocado los papeles.

—¿Y por qué, pregunto yo?

—Porque soy yo la menos casta de las dos.

En los ojos verdes de Marie-Anne brilló un destello de escepticismo.

—Al parecer, tus relaciones con Mario se han enfriado —dijo el hada con estudiada indiferencia—. ¿Ya no os veis?

—Es que tengo tanto éxito… —bromeó Emmanuelle—. Ha de esperar su turno. —Luego, para dejar claro que no permitiría que nadie la controlara, insistió—: No trates de salirte por la tangente. Cuenta. ¿Has tenido aventuras?

—A miles.

—Descríbeme una, para que me haga una idea.

El estrépito de un escape libre las hizo volverse hacia el camino.

—¿Qué coche es ése? —preguntó Marie-Anne, sorprendida—. ¿Y quién lo conduce?

—Anna Maria Serguine. ¿La conoces?

—¡Ah, ella! Está pintando tu retrato. Me quedaré para veros.

—Estás al tanto de todo. ¿Cómo es que estás tan bien informada?

Marie-Anne, por entre los párpados entornados, lanzó una mirada burlona y, como de costumbre, pasó por alto la pregunta comentando:

—Espero que tu retrato quede bien.

—Sí. Lástima que sea sólo de cara.

—Para lo demás, sería preferible que te dirigieras a un hombre.

—¿Estabais haciendo el amor? —preguntó Anna Maria alegremente.

Emmanuelle la miró con estupefacción.

—No… ¿Por qué?

—Si no haces el amor con esta preciosidad, entonces ¿con quién? —se sorprendió la recién llegada.

—Ya veo que vas desentumeciéndote.

—Nada de eso. Simplemente, trato de ponerme en tu lugar y comprender tu lógica.

Marie-Anne adoptó un aire de suficiencia.

—No hagas caso a Emmanuelle cuando te diga que es lesbiana —dijo—.



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